Miguel Ezpeleta es parte fundamental en la historia de la construcción del sistema público de Salud en la provincia de Santa Fe, desde el retorno de la democracia. Desde 1983, y siendo gobernador José María Vernet, fue subdirector y luego director del hospital Provincial de Rosario. Desde 1987 con Víctor Reviglio en el gobierno, Secretario de Salud de la Provincia durante cuatro años. Tiene 69 años, es cardiólogo, sanitarista, y dueño de una gran sabiduría, que se manifiesta en cada respuesta, en cada anécdota, en cada reflexión.
“Les pido a los santafesinos que no creen en la gravedad del Covid19, o que dicen que es una ‘simple gripe’, a los que no aceptan la cuarentena, que por favor se cuiden, que reflexionen”, interpela, hace una pausa y enfatiza Ezpeleta, visiblemente emocionado: “Yo vivo para contarla...Pero sentí que me moría en la terapia; y, lo más triste, sin poder despedirme de nadie”.
Miguel Ezpeleta fue uno de los primeros santafesinos (rosarinos, para ser más precisos) en contagiarse de Coronavirus apenas la enfermedad comenzó a ser pandémica. “Justo un día antes de que Alberto (Fernández) decretara la cuarentena (aislamiento social obligatorio, el 18 de marzo), mi pareja y yo habíamos vuelto de Cuba. Ya en Rosario comenzamos a cumplir con lo que disponía el decreto, estrictamente. Mi familia hacía las compras y nos las enviaban por el ascensor”, comenzó contando el médico.
El 24 de marzo comenzó a sentirse “muy raro”, dijo y continuó: “Muy pocas veces en mi vida tuve fiebre, y menos tan alta. Dolor de cabeza, gran decaimiento, una inapetencia rarísima en mí porque soy de muy buen comer; era un cuadro muy extraño, incluso para mí siendo médico. Pensé entonces en el Covid. Y no lo dudé: llamé al 0800 de la provincia”.
“Los operadores me derivaron con una doctora a quien, todavía hoy, no tengo cómo agradecerle, y necesito mencionarla: Marcela Fowler. Inmediatamente dio indicaciones para que me hicieran el hisopado, que dio positivo. Ella me llamaba dos o tres veces por día”, destacó Ezpeleta.
Y agregó: “Mi pareja no tenía ningún síntoma y su hisopado dio negativo. La doctora Fowler nos indicó en lo posible dormir separados y usar baños separados. Igualmente ya habíamos pasado mucho tiempo juntos y veníamos del mismo viaje. Pero en Cuba no había circulación comunitaria. Sospecho que en Panamá pude haberme contagiado, porque estaba lleno de europeos, cuando allá sí el Coronavirus ya estaba haciendo estragos”.
El 30 de marzo y por indicación de la profesional antes mencionada se internó en el efector privado, adonde además trabaja su hijo que es cardiólogo como él: en el Sanatorio Británico de Rosario.
“Yo dudaba, me resistí un poco. Pero hice caso a las recomendaciones. Y fue en ese momento, como paciente, cuando pude experimentar una articulación, un trabajo eficiente, mancomunado y solidario entre el Estado y el sector privado; sin diferencias en el trato ni en calidad en la atención”, dijo y agregó: "Y está bien. Porque al fin y al cabo, la salud es una sola. Y si no hubiese sido por eso yo no estaría vivo hoy”.
Silvina, su pareja, nunca tuvo síntomas y los reiterados hisopados que le realizaron dieron negativos, algo que hasta el día de hoy a él lo asombra. Incluso el dosaje de anticuerpos que se hizo ella, una vez que él tuvo el alta definitivo, le dio negativo. “Es decir –sintetizó Ezpeleta– es como si ella nunca hubiese tenido contacto con el virus”.
A partir de esto, reflexionó el médico rosarino: “Estos son los misterios de la biología y de esta enfermedad. La biología no se estudia en la Facultad de Ciencias Exactas; en matemáticas 1 + 1 es 2, pero en biología a veces es uno y medio, o tres…Y esa incertidumbre nos obliga a tener todos los cuidados. Porque el Covid es un misterio y el riesgo es muy grande”.
La terapia y el miedo a morir en soledad
Lo que experimentó Miguel Ezpeleta en la Unidad de Terapia Intesiva es verdaderamente intransferible. Sin embargo da algunas pistas, pero él mismo quiere olvidar. “Mejor no entro en detalles porque fue tan terrible que prefiero no hablar mucho de eso”, dice.
Los síntomas más desestabilizantes para él fueron los digestivos (vómitos constantes, entre otros) estando en terapia. Y la angustia por completo aislamiento.
“No tengo cómo agradecer a las enfermeras que me asistían todo el tiempo, a todo el cuerpo médico del sanatorio, al doctor Federico Detarsio de Infectología de la provincia de Santa Fe. No me cansaré de mencionar a Marcela Fowler…Pero mi familia quería verme y no podía. Yo no quería morirme solo, sin poder darle la mano a algún ser querido”, se emociona Ezpeleta y hace una pausa.
Ya recompuesto, comienza otra vez a interpelar y dar mensajes a la gente, con el lenguaje y la sensibilidad necesarias para llamar a la conciencia y a la prevención. “Reitero –enfatiza– esta enfermedad no es ninguna broma. Lo que yo viví no se lo deseo a nadie. Estoy vivo gracias a la atención oportuna y atinada del 0800. Luego a esa articulación entre los dos subsistemas de salud. A Dios, porque soy creyente y agradezco además las innumerables cadenas de oración”.
Las enseñanzas y el compromiso
Superado lo peor del cuadro, el 8 de abril se fue del Sanatorio pero el alta definitiva lo tuvo el 22 de ese mes, cuando recibió un certificado de Nación en donde decía que “estaba habilitado para hacer cualquier cosa”, según sus palabras.
No obstante, seguía muy débil. No por la enfermedad sino porque había adelgazado y recibido mucha medicación.
“Silvina, mi pareja, nunca me dejó solo. Gracias a sus atenciones y al afecto de mis seres queridos en la recuperación definitiva, ya en su casa, me permitieron volver a trabajar, el 1 de junio”, dijo.
Estando todavía internado Miguel Ezpeleta había manifestado su voluntad de donar plasma, cuando su recuperación fuese completa. Y así lo hizo.
“La semana pasada me extrajeron 450 cm3 de sangre. Separaron el plasma con los anticuerpos que desarrollé y volvieron a transfundirme los otros componentes de la sangre (glóbulos, entre otros). Si bien todos esperamos una vacuna, sabemos que el plasma de personas curadas de Covid ha sido de gran ayuda para mucha gente. Me siento feliz y orgulloso de haber donado. Y de estar vivo y recuperado para seguir haciendo mi aporte”, expresó.
Finalmente, destacó la baja letalidad que la enfermedad está teniendo en el país y en la provincia. “Mientras en Europa es del cuatro por ciento, en la provincia y en el país en general no llega a dos por ciento. Debemos cuidarnos mucho para que esto siga así”, instó Ezpeleta.
Y advirtió: “Los jóvenes creen que a ellos ‘no les va a pasar nada’. Al menos esa es la sensación que tengo yo. Pero es bueno recordar que el 20 por ciento de los fallecidos son personas menores de 50 años. Y ese es un dato que hay que atender”.
Finalmente, destacó el trabajo articulado entre Nación, provincia y municipios aún siendo de diversos espacios políticos. “Cuando de la vida y de la salud se trata no hay lugar para las disputas. Acá debemos unirnos todos porque de otra forma no hay salida”, dijo rotundo, firme.
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